La Leyenda.

Don Tristán de Villanueva era un herejo redomado. Descendiente de una familia de marranos que vino a la Nueva España en el siglo XVl, había conservado de sus antepasados el desprecio por la religión, especialmente por la católica y se preciaba de ateo y libre pensador.


Don Tristán habitaba en su quinta Campeche Extramuros, en unión de su esposa Eugenia y su hija Ofelia, de 3 años de edad, único fruto de su matrimonio. Era tal fobia que alimentaba Villanueva contra la iglesia que, a pesar de la piedad de su mujer, se había negado a permitir que la pequeña recibiera las aguas del bautismo.


Ofelia, no obstante sus tres años, era una chica precoz, lo que complacía a sus padres y a todos aquellos que la trataban. La inteligencia de la niña se manifestaba en los vínculos que, en razón de su corta edad había establecido con Marqués, un perrazo de aspecto feroz con el que ella dialogaba seriamente acerca d elos problemas de su mundo.


En cierta ocasió, cuando ya avanzada la noche, dormían los moradores de la quinta, los esposos fueron despertados por los furiosos ladridos de Marqués, Don Tristán, teminedo que algún malhechor hubiese entrado en el predio, salió armado en busca del bandido; pero sólo descubrió al perro, que, ya menos enardecido, ladraba hacia una figura en forma de cuadrúpedo que se perdio en el monte aledaño, y de lo cual dedujo el hombre que el escándola lo había causado la prescencia de otro perro.


Pero una de aquellas noches ocurrió algo increíble.


Había transcurrido parte de la noche cuando Don Tristán, gracias a ese sentido misterioso que actúa en el individuo en casos de peligro mortal, se incorporó de su lecho. Al momento empezó a escuchar los ladridos de Marqués. Sin embargo, ahora creyó oir, además de los aullidos del animal, rugidos emitidos por laguna fiera. Y, cuadno fue capaz de coordinar sus ideas, Villanueva se dio cuenta de que tanto los ladridos como los rugidos resonaban en el interior de la mansión, y que provenían de la habitación de Ofelia.


El cuadro que vieron los padres de la niña era para helar la sangre en las venas. En medio de la pieza, Marués atacaba a dentelladas a una bestia monstruosa, de figura indescriptible, cuyos ojos llenos de maldad brillaban como carbones encendidos. El espantoso ente chorreaba sangre de producida por las mordeduras que el perro le infería; y aunque a cada ataque Marués recibía una fuerte manotada que le estrellaba contra el suelo y los muros del cuarto, poseído de un vigor sobrenatural no cesaba de amargar el maligno engendro con renovada furia.


La enloquecida mujer sólo acertó al exclamar: ¡Dios mío!, y se desvaneció.


Las palabras pronunciadas por Eugenia tuvieron un efecto mágico. Al oírlas, la bestia, a la que continuaba acosando el perrazo, retrocedió, en su horrible rostro reflejóse un miedo cerval, y huyó del lugar.


Huelga añadir que, pasados los acontecimientos, Don Tristán cambió radicalmente su comportamiento y su postura recalcitrante y atea.


Solo hubo que lamentar la muerte del valeroso perro, que no pudo sobreponerse a las consecuencias de las heridas que asimiló en el combate sostenido con el mostruo. Y Don Tristán, para perpetuar la memoria del defensor de su hija, mandó a construir sobre la azotea de su residencia la efige en la piedra de Marqués en actitud vigilante; y es la misma que se admira en el tejado de la casa que ocupa el sitio hoy conocido com la Esquina del Perro.


La figura vigilante del can que se menciona en esta leyenda y que fuese construída en una de las esquinas de la casa, fue destruída. En realidad de la casa poseía tres efigies: una con la figura de un perro en actitud vigilante, otra parada en "cuatro patas" y otra más, en actitud dócil mirando hacia el frente. Esta última fue llevada a la ciudad de Mérida, como un recuerdo, por Don Víctor Manuel Moreno Aguilar, pariente de la antigua dueña de la Casa.